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El horario de verano visto en 1916 |
2016-04-01 |
Artículo de Madrid Científico n.º 886. 15 de junio de 1916
Acabamos de cambiar nuestros relojes al horario de verano. En vez de la discusión de todos los años de si es bueno o malo o todo lo contrario, este año me he decidido por reproducir el artículo que Federico de La Fuente publicó en el número 886 de la revista «Madrid Científico» del 15 de junio de 1916 (Hace cien años). (Mantengo la ortografía original, ¡qué diferente es!)
La hora de verano.
Tras larga deliberación en el Senado, los franceses han decidido adelantar una hora los relojes de toda la nación. La maniobra se habrá realizado al mismo tiempo que ajustamos este número -en la noche del 14 al 15 de Junio. Ignoramos si la hora sustraída al dios Cronos será la ultima del día 14 ó la primera del 15, es decir, no sabemos si el avance de relojes se producirá á las xi de la noche, haciendo saltar en este instante á las xii la manecilla de las horas, ó si será á las xii cuando se dé el salto á la I. Tratándose de una sustracción, casi fuera más equitativo robar media hora á cada uno de los dos días 14 y 15, haciendo saltar la manilla desde las 11 1/2 á las 121/2. Quedarían así suprimidas este día en Francia las medias noches. Sea como fuere, el hecho es que el día 15, al despertarse los ciudadanos franceses, se encontrarán su reloj atrasado una hora con respecto al de la torre del lugar y tendrán que darle el mismo salto á la manecilla del suyo para ponerse en hora... y acelerar su toaleta para no llegar con retraso al taller ú oficina donde presten sus servicios. Todos los franceses se levantarán así una hora más pronto de la cama y volverán á ella también con una hora de antelación, siempre que se conserven las actuales horas en los lugares de trabajo, en las comidas y espectáculos. De esta manera, se dice, habrá una economía de una hora en el alumbrado y, consiguientemente, en el combustible. Los tiempos exigen economías y la total lograda por este concepto no es despreciable. Claro es que el mismo resultado se hubiera logrado dejando quietos los relojes y adelantando una hora la de entrada y salida del trabajo, la de almuerzos y comidas y la de entrada y cierre de espectáculos y establecimientos nocturnos; pero se ha creído más sencillo apelar al truco de los relojes. Tal vez tengan razón: recuérdese lo ocurrido por estas latitudes cuando el Sr. Lacierva quiso meter una hora antes en la cama á los noctámbulos; menuda fué la algarada promovida en nuestra Prensa. La medida no es de carácter permanente. Este adelanto de los relojes sólo dura hasta el 15 de Octubre, en esta época se llevará la manecilla hacia atrás y volveremos á la hora de invierno. Porque así como hasta ahora había zapatillas de verano é invierno, de abrigo las primeras y frescas las segundas, así también habrá en lo sucesivo, horas de verano y de invierno. Tampoco han sido originales los franceses: se les anticipó Inglaterra, la cual, á su vez, hubo de plagiar á los austro-alemanes. En lo del plagio nos referimos á la implantación actual de la medida. La idea, como todas las cosas raras, es genuinamente inglesa: hace unos nueve años ya hubo un míster que presentó al Parlamento lo que se llamó Daylight Saving Bill (ley para una mejor utilización de la luz solar). Por esta ley los relojes debían adelantarse una hora durante cinco meses, desde el tercer domingo de Abril al tercero de Septiembre; pero el bill no pasó de la categoría de proyecto. El hecho es que hoy nos hemos quedado rezagados una hora con respecto á nuestros vecinos, ya orientales ya occidentales, pues hasta los lusos han entrado en lo del anticipo horario. Llegados á Hendaya ó Cerbére, á Valença do Minho ó Elvas, los viajeros españoles se encontrarán sus relojes en retraso de una hora con respecto al de la estación. ¿Será cosa de poner nuestra hora en concordancia con la franco-lusitana? Veamos, veamos... Apelemos á nuestros recuerdos cosmográficos. Sabido es que el gran reloj, el reloj universal, el que de tiempo inmemorial regula nuestros días y nuestras noches, es el Sol. Eso de que el reloj sea universal y sea grande, no quiere decir que sea bueno; para los efectos de medir el tiempo resulta bastante más mediano el Sol que un buen reloj ginebrino. Ya hizo notar nuestro Rey Sabio, con asomos de irreverencia, que el Sumo Hacedor había debido andar distraído algunos ratos mientras erigía la gran fábrica del mundo. Hay algo en ella, en efecto, que á nuestro D. Alfonso se le antojaba torcido, y el caballero Sol goza además de ciertos movimientos que se salen del ritmo general. Astro perezoso, retrásase todos los días unos 4 minutos, con relación á las demás estrellas que le acompañan en la celeste esfera, y así si un día pasa por el meridiano de un lugar al mismo tiempo que Rigel, por ejemplo, al siguiente pasará por el mismo meridiano 4 minutos después que Rigel, 8 al otro, y así sucesivamente. Este constante y regular retraso, obligó á los astrónomos á distinguir, en cosa tan única como es el tiempo, dos distintos tipos de medida: el día sideral y el solar. Constituye el primero el lapso de tiempo transcurrido entre dos pasos consecutivos de cierto punto del ecuador celeste, llamado punto vernal, por el meridiano de un lugar (igual, desde luego, al que emplearía una estrella cualquiera en su armónico y ajustado movimiento); el paso del punto vernal por el meridiano es el que señala el instante en que empieza - el origen, como dicen los astrónomos—el día sideral. El tiempo que transcurre entre dos pasos consecutivos del Sol por el meridiano de un lugar, es el día solar. El medio día corresponde al paso superior del Sol por el meridiano, la media noche al paso inferior. Los astrónomos, que se ocupan en las cosas siderales, pueden regir sus observaciones por el tiempo sideral. Una división del día sideral en 24 partes iguales, á partir del origen del día sideral, un reloj cuya manecilla horaria recorra las 24 divisiones de la esfera en el tiempo justo de un día sideral, y ya tienen aquellos señores arreglado el tiempo sideral y su medida. Los demás mortales, los que nos ocupamos en las cosas de tejas abajo, los que no tenemos relaciones con las estrellas, y además ignoramos hacia dónde cae el punto vernal, y sólo sabemos que el Sol nos alumbra unos ratos y otros nos deja á obscuras, tenemos que regirnos por él, transigiendo con su marcha perezosa, que hace que cada día solar se prolongue 4 minutos más que el día sideral, lo cual obligaría al reloj ajustado al tiempo solar á marchar un poquito más despacio que el ajustado al tiempo sideral. Pero no acaban aquí los inconvenientes. Lo malo del caso es que el Sol no sólo es perezoso, sino irregular en su marcha. El sol, en su aparente movimiento, describe la eclíptica, una elipse-¡vaya un capricho! -y además inclinada sobre el ecuador. Resultado de estos dos caprichos del Sumo Hacedor es la desigualdad de los días solares. Y si el día ha de ser la unidad del tiempo, y si el carácter esencial de toda unidad es la invariabilidad, era preciso que los señores astrónomos echaran aquí un remiendo á la desconcertada naturaleza. Lo primero que hicieron fué echar mano de los adjetivos: al Sol que nos alumbra le llamaron sol verdadero; al momento en que pasa por el meridiano superior de un lugar, medio día verdadero, y al tiempo que transcurre entre dos medios días verdaderos, día verdadero. Como se ve, empezaron declarando la verdad, la realidad, para desde aquí lanzarse al terreno de la ficción. No es cosa de entretener á mis amables lectores relatándoles cómo los señores astrónomos idearon un sol fictido que, más regular en su marcha que el verdadero, recorría la eclíptica en el mismo tiempo que éste, pero con movimiento angular uniforme, encontrándose ambos tan sólo en dos puntos, en los dos extremos del eje mayor de la elipse; ni cómo imaginaron otro segundo sol ficticio, al que llamaron sol medio, cuya órbita fuera el ecuador celeste, órbita descrita con perfecta uniformidad en el mismo tiempo en que el primer sol ficticio describiera la suya, y coincidentes en el punto vernal y en el opuesto de la esfera celeste, pues todo esto nos conduciría á hablar de la ecuación del centro, de áreas, ángulos, ascensiones rectas, proyecciones de arcos y otras varias zarandajas inútiles para nuestro objeto. Limitémonos á conceptos aritméticos claros y precisos. Si los días son desiguales en el transcurso de un año, no lo es la duración de éste. Tomemos, pues, como unidad, vinieron á concluir los astrónomos, el promedio de los correspondientes á este tiempo, promedio ó media constante, y bauticémosle para evitar confusiones con el nombre de día medio. Es el que produciría aquél segundo sol ficticio, al que de pasada aludíamos, en su girar uniforme, y ahora se ve la razón de haberlo denominado sol medio, como se llama tiempo medio al por él determinado. La marcha de este sol hipotético, acompasada, regular, uniforme, no coincide con la del sol verdadero más que cuatro veces al año: sólo hacia el 15 de Abril, 15 de Junio, 1º de Septiembre y 24 de Diciembre, pasan juntos por el meridiano el rútilo Febo y este otro sol sin masa, sin brillo y sin luz, hijo de la fantasía de los astrónomos, señores que á sus horas (siderales, verdaderas ó medias), son tan fantaseadores como los más exaltados vates; el resto del año, ora se adelanta el sol verdadero, ora se retrasa con relación al paso rítmico y acompasado del sol medio por el meridiano. La diferencia en las comparecencias nunca es grande; cuando más, el intervalo comprendido entre el mediodía verdadero y el mediodía medio se eleva á 15 ó 16 minutos. No es mucho, y además los astrónomos nos dan calculada esa diferencia, que ellos llaman ecuación del tiempo para cada día del año; no hay más que tomar las tablas correspondientes á los Anuarios astronómicos y allí vemos los minutos y segundos que hay que agregar al mediodía verdadero, correspondiente á la culminación del Sol, para tener el mediodía medio, con arreglo al cual se ajustan nuestros relojes. Un siglo justo se ha cumplido desde que se puso en práctica contar por el tiempo medio las horas así felices como desgraciadas que forman la trama de la vida humana. Se había encontrado el patrón del tiempo, aunque no la hora única. El Sol pasa en distintos instantes por los diversos meridianos, y sólo tenían, por tanto, el mismo mediodía verdadero y el mismo mediodía medio, los lugares situados sobre el mismo semimeridiano. Cada lugar tenía en consecuencia su hora, cosa no muy cómoda para la vida de relación entre diversas localidades de una nación, por lo que se fué á pararen cada una de éstas á una sola, que fué, por lo general, la correspondiente á la capital; así en Francia fué la hora, para toda ella, la de París, y en España—incluida en ella Cataluña—la de Madrid. A la separación variable entre la hora verdadera y media, uníase ahora la debida á la diferencia de meridiano, á razón de cuatro minutos por grado. De esta manera á la hora oficial del mediodía, cuando el Sol culminaba en Madrid, hacia ya unos 24 minutos (damos estos números á ojo, sin tener á la vista coordenadas geográficas) que pasó el Sol por el meridiano de Barcelona y unos 15 que tardaría en pasar por el de Coruña. La longitud más oriental de España, correspondiente al cabo de Creux, unos 7º, da en tiempo, con relación á Madrid, una diferencia de veintiocho minutos; la más occidental, el cabo de Toriñana, poco más de 5° y medio, da una diferencia en tiempo de poco más de veintidós minutos. Si se agrega á aquéllos veintiocho minutos de retraso correspondientes al cabo de Creux, los diez y seis minutos á que se aproxima también el retraso de la hora media con relación á la verdadera en algún día del año, resultará que la diferencia entre la hora oficial y la verdadera, en el lugar más desfavorable de la Península y en los días más desfavorable del año, no llegaba á cuarenta y cinco minutos. La discordancia entre la hora oficial y la verdadera de cada lugar se hallaba, pues, comprendida en límites razonables. Así marchamos todos durante los últimos lustros del pasado siglo y primeros del presente, hasta que hace cinco años el aumento creciente en las relaciones internacionales, indujo á las naciones civilizadas á convenir en el empleo del sistema de los llamados husos horarios. Sencillo y conocidísimo es el fundamento del mismo. Redúcese á dividir la tierra en 24 husos iguales, de 15º de extensión en longitud cada uno, conviniendo en tomar como hora para todas las localidades comprendidas en él, la del meridiano bisector ó meridiano eje. El primer meridiano eje sería el de Greenwich. Europa quedaba comprendida en los tres primeros husos. Las horas correspondientes á ellos se denominaron en la práctica hora de la Europa occidental, de la Europa central y de la Europa oriental, respectivamente.
España quedó casi totalmente comprendida en el primer huso, el que tiene por eje el meridiano de Greenwich, y fijóse como hora oficial para toda la Península, en virtud del acuerdo internacional antes aludido, la llamada hora de la Europa occidental. El meridiano fundamental, que antes fuera para nosotros el de Madrid, quedó sustituido por el del Observatorio de aquella localidad inglesa. Para dar una grosera referencia de la situación de aquel meridiano en España, indicaremos que pasa por cerca de Caspe, Castellón y Altea (Alicante). Corrido el meridiano fundamental hacia la derecha, mejoraron sus horas, es decir, aproximaron la verdadera á la legal, los pueblos de la región oriental de la península. Las empeoraronlos de la región occidental, viniendo á encontrarse, por ejemplo, la hora de Vigo, en ciertos días del año, retrasada cerca de cincuenta minutos, con relación á la hora legal; es decir, que culminaba el Sol en las divinas rías gallegas cuando los relojes marcaban las doce y media ó las doce y tres cuartos. Era un avance tolerable. Francia, incluida en gran parte en el mismo huso, se regía por la misma hora que nosotros, la de la Europa occidental. Un poco atrasadillos llevaban los oficios en Niza (veinte minutos) y un tanto adelantados en Brest (veintisiete minutos), que agregados al cuarto de hora de separación que podía haber entre la hora media y la verdadera, daban diferencias totales de unos tres cuartos de hora, entre la hora legal y la verdadera. Estaban, pues, mejor aún que España en este respecto. Al llegar á la frontera franco-española, los viajeros, españoles ó franceses, se encontraban sus relojes en hora. Hoy, creyendo que la calentura está en las sábanas, todos los pueblos beligerantes han acordado ponerse por montera el convenio internacional de los husos horarios, y, como decíamos antes, nos encontramos retrasados con respecto á nuestros vecinos, pues éstos, en su odio al enemigo, han acordado atenerse á la antigua hora boche, á la de la Europa Central, adelantada una hora, como antes indicamos, respecto de la correspondiente á la Europa Occidental. ¿Aceptamos también nosotros la hora de verano, como pretenden los catalanes por el órgano del señor Rahola? Pues sepa el insigne presidente del Consejo que algún día será en las costas gallegas muy cerca de las dos al mediodía, y esto, francamente, nos parece que es faltar á la reunión. Verdad es, que más al Occidente que Vigo se hallan Lisboa y Cascaes, y que aquí será alguna vez mediodía á las dos de la tarde; pero el que toque la ocarina el inquilino del tercero, no es razón bastante para que el del principal se dedique al dulce manejo del acordeón. Sigamos, pues, con nuestra honrada hora occidental, y dejemos que nuestros vecinos de Occidente se dediquen, como dicen los otros vecinos del Norte, á «chercher le midi á les deux heures».
FEDERICO DE LA FUENTE.
Enviado por flexarorion a las 05:23 | 0 Comentarios | Enlace
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